Más que una suicida

Gerardo Farell
7 min readFeb 13, 2021

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Tic, toc. El ruido del reloj batalla con la voz de la maestra de Matemáticas para ver quién tiene mi atención. Tic, toc. Obviamente el pinche reloj va ganando. Carajo, debo de prestar atención. Esa mamada de las derivadas van a venir en el examen y estoy de la verga en las mates. Además la maestra, una tal Beltrán Leyva no narco, me odia por ser un pendejo en su clase. Tic, Toc. Si volteo a la ventana un segundo, ya me anda queriendo sacar del salón; si saco 3 o 2, mis calificaciones promedio en su materia, me tacha del más pendejo de la HH institución frente a todo el salón. Tic, Toc. Que no le intentara entrar a una buena universidad que a esas no admiten burritos; que si esto, que si aquello…Ya estoy hasta la madre de esa mamona pendeja. Si fuera morro gringo…nambre, creo que no tendría necesidad de armar una balacera. Tic, Toc. O la neta no lo sé…TIC TOC
YA, me tiene hasta la madre ese puto reloj. Alzo mi mano y la maestra frena la clase.

— ¿Qué quiere, señor Ramos?

— ¿Puedo ir al baño?

— ¿Puede?

Las risas de mis compañeros callaron el reloj por un momento. Pinche maestra pendeja culera tiramierda. Me caga y que bien que le poncharon las llantas y le rompieron los frenos, aunque yo en particular no llegaría a eso, sobrepienso las cosas y, entre eso, las consecuencias de mis pendejadas.

Terminan las risas y le volví a preguntar.

— ¿Me da permiso?

Asiente con la cabeza y salgo del salón. Solo pude oír al salir que la Beltrán Leyva no narco me soltó una puñalada por la espalda.

— Uy, ya le urgía. — seguido por risas de los quedabien y los que, enserio, tienen un pésimo sentido del humor.

Pinche señora. Se me puso la cara roja del coraje y de la pena, y solo pienso en hacerle un sin fin de mierdas como las que ella me hace. Hasta se me olvidó la razón por la que me salí. Caminé al fondo a la derecha del pasillo, donde se encontraban los baños. Entré y me mojé la cara. Enserio es una hija de la verga. Y podría ir a quejarme con el coordinador de matemáticas, su jefe. Desde el principio nos lo dijo, que su oficina está abierta para cualquier cosa: si tienen quejas o sugerencias, ahí estoy disponible. Señor curioso, luce como una rana sabia, con lentes y todo.

No se porque no fui con él desde la primera vez que me hizo esas cosas. Creo que me excita que me trate así, ser un puto sumiso. La neta me excita verla empoderada, que me grite. Un día me gustaría que me llamara a su oficina como en las porno y meterle unas buenas cogidas a esa pendeja. Verle los pechos caídos, las arrugas, sus manos huesudas agarrando mi verga…¡Mierda, se me paró! Que puto asco. Pensando en esa pendeja. En serio me da asco mi calentura, y mediocridad. Espero a que se me bajara y salgo del baño. No vuelvo al salón, me voy al patio, a que se me pasara lo calenturiento y a ver si lo pendejo de paso.

Al llegar ahí, veo un grupo de chicas del equipo de voleibol viendo hacia el techo, dos de ellas grabando con sus celulares. También su entrenador, el regordete profe chucho. Todos la veían a ella, a Nadia, al borde del techo de la escuela. Me detengo y volteo a verla al igual que todos. También está el profe José Luis, uno joven moreno que daba psicología a los de área 4, justo al grupo de ella. Le estaba gritando cosas como no lo hagas, eres más que una suicida, hay gente que te quiere. No parecía surtir efecto. Muy psicólogo y no sirve para evitar un suicidio. Que pendejo.

Ella solo nos mira desde arriba. En eso me ve y sonríe, como lo hizo la única vez que hablamos, hace un año, cuando le rolé 5 pesos que le faltaban para que se comprara una maruchan en la cafe. Esa vez me sonrió y me dio un gracias en un tono bajo y casi inaudible. Solo le sonreí de vuelta y ella se fue. Todo un Don Juan, me dijo Andrés, uno de mis amigos. Sáquese a la chingada, le respondí.

Ahora ella me ve con la misma sonrisa de ese día. Nos quedamos así por un rato, hasta que el profe José Luis me grita y me saca del trance.

— ¡No manches, dile algo a tu compañera!

Pero en eso, un estruendo nos hace saltar. Como si tiraran una bolsa de cemento o algo así. La sangre de Nadia ensucia al profe José Luis y a Chucho, que se quedaron en shock mientras las chicas del equipo de voleibol gritaban desaforadamente. El estruendo y los gritos hizo que salieran los alumnos y los profesores de los salones a ver a la suicida. Ahí comienza una sinfonía de gritos y gente con su celular grabando lo que veían.

El cuerpo de Nadia está retorcido. Cayó todo el peso de su cuerpo sobre sus piernas y las tenía como cables, con los pies apuntando a direcciones opuestas. Tiembla, como si lo último que le quedaba de vida intentara aferrar a su cuerpo pero después de un rato queda inmóvil sobre un charco de su sangre.

Varios llaman al 911, entre ellos el director Lerastegui, que no se la cree. Nadie puede. En eso voltee a ver a mi maestra de mate, llorando, rodeada por los de mi salón, los que llamé quedabien hace unos minutos. No sabía si reír como psicópata o unirme al coro de gritos y llanto. Estoy en shock, por primera vez en mi vida lo estoy.

Llega la ambulancia del ERUM y la policía, que pide que agarramos nuestras cosas y saliéramos de la escuela en orden. Los obedecimos y salimos de ahí, excepto los profesores, que se quedaron con el director y las autoridades. Afuera, Andrés me agarró el hombro.

— No mames, wey. ¿Qué pedo con eso?

No sé qué responderle, tenía la mirada en el piso. Sigo en shock

— Pues fue esa pendeja que se suicidó. — le responde Tania, una compañera del salón, de las focas aplaudidoras de los profesores.

— No digas mamadas, respeta. — le contesta Andrés.

— Pues no son mamadas, ella es eso, una pendeja. Todos los suicidas son pendejos. ¿Oh no, Gil?

Seguía en shock, pero esta vez se pasó de verga.

— Que pendeja eres. — digo y camino más rápido. Quiero salir de ahí y dejar a Nadia detrás.

Llego a mi casa, subo a mi cuarto y me encierro. Me recuesto en mi cama y empiezo a llorar. Sobrepienso las cosas, si la hubiera ayudado, si le hubiera dicho otra cosa, si le hubiera hablado más seguido, si hubiera sido mi amiga, mi novia …¿Seguiría viva? El hubiera me carcome como un pinche cáncer que mata cada célula de mi cuerpo. Pienso en la frase que le dijo el profe José Luis: Eres más que una suicida. En eso el sueño me gana. Al día siguiente no fui a la escuela, por supuesto que no. Los padres de ella invitaron a todos al velorio. Fuimos unos cuantos, más maestros que alumnos. Estaban ahí el profe Chucho, el profe José Luís, la maestra de matemáticas y el director, entre otros.

Mi mamá me acompaña en señal de solidaridad, aunque creo que le hubiera gustado no hacerlo, ¿A quien si? Se queda hablando con el director. Yo me quedo con la maestra de matemáticas. Estaba triste, pero más tranquila, distinto a como estaba ayer.

— Hola, señor Ramos ¿cómo está?

Le sonrío por amabilidad.

— Bien, bien, ¿y usted?

También me sonríe por amabilidad. Hipocresía de los dos.

— Pues…triste, ¿sabe? Era mi sobrina.

Ahí fue donde hilé la reacción de la maestra. Sí sabía el rumor de que la sobrina de la profesora estaba en la escuela, que la ayudaba en no reprobar, pero no sabía quién era.

— Ah, no sabía. Lo siento.

— No se preocupe, señor Ramos. Son cosas que pasan.

Me da una palmada en el hombro y va a hablar con los papás de Nadia.

Cuando regresamos a clases una semana después, las cosas parecían volver a la normalidad. Había un altar con su foto, veladoras y flores en donde su cuerpo estaba. Los de su salón dejaron su banca intacta por el resto del año y en la ceremonia a la bandera hubo un minuto de silencio en su honor. Los profesores nos hablaron toda esa semana de la importancia de tener buena salud mental, de que si tenemos problemas podemos ir con ellos. y experiencias personales de ellos. Todos excepto la maestra de mate, que sigue dando las derivadas porque no reprogramó su examen como los otros profes y le valió verga el duelo escolar.

Chale, pinche señora loca. ¿Su duelo es hacernos sufrir? Que no joda.

Y ese día me di cuenta que sólo el dìa del velorio hubo tregua:

— ¿Qué quiere, señor Ramos?

— ¿Puedo ir al baño?

Sonríe como en el velorio.

— ¿Puede?

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