La noche y sus fantasmas: Francisco Tario y su literatura.

Gerardo Farell
5 min readMay 28, 2021

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En los años treinta y cuarenta del siglo pasado, Octavio Paz y Elena Garro vivían en una casa de la calle de Saltillo, en la colonia Hipódromo Condesa, donde se percataron de unos ruidos extraños en la casa de atrás, la que se encontraba en la calle de Etla. Ruidos de una máquina extraña y de un pianista melancólico traían intrigados a la pareja de escritores. Un día se dispusieron a averiguar quienes eran los que hacían los ruidos y descubrieron al escritor Francisco Tario y su esposa, Carrmen Farell.

En ese instante inició una amistad entrañable entre las dos parejas y empezaron a tener tertulias, donde recreaban obras de teatro o recitaban poemas, todo grabado con un gramófono que Tario usaba para divertirse o fungir como una especie de presentador radiofónico. En esas grabaciones se oye, por primera vez, la voz de Octavio Paz grabada por algún instrumento, así como la de Elena Garro y la de un joven Jose Luiz Martínez.

Misterioso y enigmático, Francisco Peláez Vega nació el 9 de diciembre de 1911 en la Ciudad de México. Hijo de españoles de Llanes, en Asturias, donde vivió toda su niñez y donde nacería su hermano, el pintor Antonio Peláez. En 1931, con 19 años, Tario, palabra purépecha que significa “lugar de ídolos”, empezaría a trabajar en la tienda de su familia, Casa Peláez, junto con su papá. En ese entonces se vuelve portero del Club Asturias, donde le dieron los apodos de El Elegante Peláez o Adonis Peláez. Su carrera acabaría cuando, en 1934, un jugador del Atlante le suelta una patada en los riñones y lo lesiona, causando que dejara el deporte para siempre. También ese año conoce y se hace de novios con Carmen Farell, hermana de mi bisabuelo, el Coronel de la Fuerza Aérea Luis Farell Cubillas. La belleza de Carmen y de Tario hizo que su boda causara revuelo y pese a las fricciones que tenía con mi bisabuelo, al final se casaron al compás de los valses de Chopin, referente de Tario en varios cuentos, como en La Noche del vals y el Nocturno, parte de su primer libro de cuentos, La Noche, publicado en 1943.

A mediados de los 40 y 50, la familia Pelaez/Farell (o Tario/Farell) se mudaría a Acapulco, donde Tario tendría un cine y de dónde se basó para escribir Acapulco en el sueño, después de eso, ya en los 60, tendría una especie de exilio en España, así lo describe el periodista Alejandro Toledo, que se ha dedicado a recopilar y armar la vida de Tario. En Madrid, en 1967, moriría Carmen Farell de un derrame cerebral; la que fue su eterna acompañante y una especie de editora de sus textos. Ella siempre lo acompañó y lo amó con todo su corazón. En Una Violeta de más, Tario le pondría la siguiente dedicatoria: Para ti, mágico fantasma, las que fueron tus últimas lecturas.”

Después de eso, comenzaría su tercera y última fase, donde, según Antonio Peláez, “Quizás descubrió finalmente que la soledad era su verdadera condición”. Una Violeta de más sería su última novela que el publicaría vivo, pese que dejaría tres obra de teatro, recopiladas en El Caballo Asesinado y otros relatos, y el Jardín Secreto, la cual tenía escondida en su buró de su cuarto, según lo ha relatado uno de sus hijos, el pintor Julio Farell.

El escritor fallece el 30 de diciembre de 1977, dejando un universo literario lleno de diversidad y fantasmas.

Francisco Tario se volvería un gran escritor, pero uno marginal, ya que las corrientes literarias en México posrevolucionario era justamente plasmar los recuerdos que se tenían de la Revolución. Libros cómo Se llevaron el cañón para Bachimba (1940) de Rafael F. Muñoz o Cuentos bárbaros (1930) de Gerardo Murillo, Dr. Atl, eran un ejemplo de las corrientes literarias que predominaban en nuestro país. Pero Tario incursiona en las letras aún así, con La Noche (1943), un libro de cuentos que llevan al lector por un viaje fantástico de desesperación, melancolía y fantasía. Le da vida a objetos mundanos, como un féretro, o ideas abstractas, como a los valses y nocturnos.

Según el escritor Gabriel García Márquez, Tario escribiría uno de los mejores cuentos del siglo XX, que es La Noche de Margaret Rose, un cuento de fantasmas que recuerdan a Aura de carlos Fuentes, que, de cierta manera, fue aprendiz de Tario, o a los cuentos de Amparo Dávila, otra escritora olvidada por los cánones literarios.

Alejandro Toledo piensa que la literatura de Tario tiene un génesis, y esa es la antología de literatura Fantástica de Jorge Luis Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo. Comenta en un reportaje hecho hace unos años por el Canal 22, que dentro de los libros de Tario que logró conseguir, estaba la primera edición de la Antología, publicada en 1940. Dice que ese fue el “eslabón perdido” dentro de los orígenes literarios de Francisco Tario.

Algo que destaca mucho Tario como escritor es que rompe los cánones de solemnidad en el lenguaje utilizado en la literatura mexicana. Si bien hay palabras que tienen cierta rareza, los cuentos son muy fluidos y absorbentes, como en La Noche de los cincuenta libros, donde el cuento se vuelve tan grotesco que quieres dejarlo, pero al mismo tiempo quieres ver en qué acaba y como acaba. 
Podría considerarse un cuentista, aunque tiene novelas y obras de teatro, pero donde destaca mucho es en la diversidad de sus cuentos, algo que competiría con Juan Rulfo, que también tiene una literatura cargada de personajes diversos. También tiene uno que otro poema, ya que disfrutaba leer poesía.

Francisco Tario destaca como uno de los mejores escritores mexicanos del siglo XX, que compite con Rulfo, Fuentes e incluso con el mismo Octavio Paz, el cual tuvo una profunda amistad con Tario e incluso le dedicaría un poema a Carmen Farell ( o Carmen Peláez). Es un escritor incomprendido en su época, pero que al mismo tiempo depende de esa época para hacer su obra literaria. Marginal, eso sí, pero por dos razones: por el tipo de literatura que estaba de moda en esa época, y que él tampoco buscó destacar mucho, pese a estar rodeado de grandes escritores y personajes de esa época, como Manolete, que también frecuentaba la casa de Tario.

Veo a Tario en Dávila, en Fuentes, pero también en Alberto Chimal, en Bernardo Esquinca, en Bef, en los nuevos escritores mexicanos que exploran la fantasía mexicana y experimentan con una diversidad de contenido que solo Francisco Tario lo ha hecho antes.

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